viernes, 19 de junio de 2009

A propósito de las "revelaciones" de Ortega

Riflexiones
La solución al diferendo entre Cuba y Estados Unidos puede que, llegado el momento, asombre a todos. Baso mi apreciación en la reciente declaración de la Secretaria de Estado yanqui, Hillary Clinton, quien afirmó recientemente ante la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara, que el gobierno de Estados Unidos respetará una eventual decisión del Congreso de levantar el bloqueo contra Cuba.
Clinton dijo que Obama no podría levantar unilateralmente el bloqueo vigente desde hace medio siglo debido a que es una ley que, para modificarse, es necesario otra medida legislativa.
"Si el Congreso decide que eso es lo mejor para Estados Unidos, obviamente el gobierno tiene que acatarlo'', afirmó.
Creo, ante la enmarañada situación política que se vive, esta sería la respuesta adecuada del legislativo norteamericano a una situación creada por ellos mismos desde hace cerca de cinco décadas, y que debe desaparecer para que cesen la retórica, las ambigüedades y los dimes y diretes entre Washington, La Habana y el resto de la América Latina.
Pero hay algo de lo expresado por Obama en la reciente Cumbre Latinoamericana, que no debemos pasar por alto, y es la relativa a que todo lo malo que sucede en el continente no es solo culpa de Washington. Y creo que tal afirmación lleva un mensaje político mesurado por parte del líder norteamericano, a lo que en buen cubano resumiríamos en que toda la culpa no la tiene el totí.
Daniel Ortega, terminada la cumbre viajó a Cuba y durante su estancia se quejó de que seis dirigentes de alto nivel tuvieron que esperar en la pista porque los organizadores del evento, en un acto de adulonería, lo decidieron así, para dar preferencia al avión del Presidente de los Estados Unidos.
Ya ven cuanta razón lleva Obama, esos problemas de adulonería son autóctonos, no los impone el gigante del Norte, brotan como el romerillo en nuestros países, y realmente no se, pues no soy botánico, si el romerillo también crece en los Estados Unidos. Apostaría a que sí por considerarlo una desviación de la conducta humana.


La lentitud en la queja o en el reclamo de los derechos, también parece crecer como el romerillo, pues hubiera sido más adecuado, y hasta más digno, haber planteado esa falta de respeto en la propia cumbre, y no después de que esta terminó. Ahora solo queda como una comidilla más después del postre. ¿Fue adulonería o problemas propios de cualquier aeropuerto subdesarrollado?
La misma lentitud en la defensa de sus derechos aprecio en otras declaraciones de Ortega, hechas en la mesa redonda de la TV cubana, donde señala que en Trinidad y Tobago se impuso “la censura a los Jefes de Estado de América Latina y el Caribe”, y donde el líder nicaragüense se preguntó: ¿Quién habrá influido para buscar esa censura? Para responderse inmediatamente que “no tenía ninguna duda de que los que se preocuparon para que esa Cumbre fuese censurada fue la delegación norteamericana junto con la OEA”
Esto, para mi, no es serio, es para consumidores de novelitas de Corín Tellado, cuya autora, para mi desconcierto, aparece fulgurada en la página seis del Granma del jueves 23 de abril, lo cual merece otra riflexión aparte.
Si allí en la cumbre cada país es un estado soberano, ¿quien los puede obligar a participar en una reunión donde aprecian que le están limitando los derechos? Si aceptaste participar en esas condiciones ¿de que te quejas ahora? Los demás países aceptaron las reglas del juego y al parecer, como se respetan a sí mismos, nada han criticado al respecto.
Además, el cubano ya sabe un poco de ese tipo de reuniones, aquí en Cuba las hemos vistos, la reunión inaugural donde todos hablan, la reunión cerrada de las comisiones donde no se sabe de que se habla, y la clausura para dar a conocer los resultados finales. Digo, por poner un ejemplo, así son nuestros Congresos.
Tomándole la palabra a Ortega debemos en lo adelante los cubanos rechazar todas las reuniones cerradas, ya sean del Partido, del Parlamento,de la Federación de Mujeres Cubanas, de los Comités de Defensa de la Revolución, y el copón bendito de organizaciones para no resultar cargoso.
Por criticar, el mandatario nicaragüense hasta apostrofó porque los presidentes solo tenían diez minutos para hablar en el acto inaugural. ¿Hace falta más tiempo para la retorica? Al parecer Ortega sigue creyendo que este es un mundo de palabras. No he oído a Obama criticar esta decisión, o ¿es que pudo el presidente norteamericano hablar por más tiempo?
Además no es necesario ir a una cumbre a que se filtre el clamor del mundo porque el bloqueo termine. En la o­nU eso se conoce desde hace más de una década y nada sucede.
No se que persigue Ortega cuando afirma que las intervenciones de los mandatarios en la Cumbre no podían conocerse por la censura existente. No aprecie tal censura, los medios de prensa reflejaron esas intervenciones y había acceso a ellas por internet, y se vieron hasta por nuestra televisión nacional.

¿De que censura habla Ortega? Salvo que se esté refiriendo a las sesiones a puertas cerradas. En ellas, ya sea la Cumbre Latinoamericana, en la o­nU y en cualquier otra organización internacional sucede lo mismo. Por algo se les dice cerradas, eso quiere decir, prohibidas a los oídos del vulgo. Es tan viejo ese método que puede haya sido inventada por Merlín cuando la Corte del Rey Arturo.
Luego afirma que sí eran noticias las fotografías. ¿Acaso Ortega cree que nosotros los cubanos somos bobos? ¿Cómo es que los periodistas de la mesa redonda siguen con la sonrisa y el si a flor de labios ante todos los que acuden a hablar en sus estudios? ¿Podemos llamar a esto periodismo serio?
Percibo alguna superficialidad en las aseveraciones de Ortega, habla para agradar, para mantener un discurso apologético revolucionario, pero con carestía de ideas novedosas de esos dos días de la Cumbre. Es como para que pensemos que allí fue América Latina a perder el tiempo, para que los presidentes fueran maltratados en el aeropuerto, les pusieran un tapón en la boca para que no hablaran, y para saludar al presidente norteamericano y llevarse una foto de recuerdo. Eso es muy simplón, lo reitero, es para consumidores de novelitas de Corín Tellado.
Al parecer el mandatario nicaragüense no apreció que esta última Cumbre en nada se pareció a las anteriores y que los pueblos de América Latina dejaron claro que se abre un nuevo periodo en sus relaciones con Estados Unidos.
Para un hombre inteligente como Obama no escapa esa nueva realidad y fue significativa su expresión de que “su gobierno tiene el compromiso de renovar y mantener relaciones más amplias entre Estados Unidos y el resto del continente americano por el bien de la prosperidad y la seguridad comunes”.
Es una frivolidad aseverar que Obama es una continuidad. Obama no puede sentarse en la silla presidencial que tenía Bush, porque los burros viven en pesebre, y en los pesebres como el de Bush no hay sillas. Obama está construyendo su propio sitial.
Obama es el primer presidente negro de Estados Unidos, es uno de los resultados de la lucha por los derechos civiles de los negros norteamericanos durante siglos, y su primer compromiso es con su pueblo. No lo tratemos como si fuera un presidente más de esa nación. Como decía Martí, es necesario el decoro, incluso cuando hacemos política.
Con este tipo de discursos ahorita estamos nosotros reclamándole a España todo lo que hizo a nuestras naciones desde la colonización hasta 1898.
Cuando el pasado prevalece en la política, nos quedamos haciendo política en el pasado.
Discutamos ahora con Obama las presiones contra Venezuela y Bolivia y exijámosle que se respeten los derechos inalienables de esos dos pueblos y del resto del resto del continente. Cerremos fila en América Latina y adecuemos nuestro discurso a la modernidad.

Exijámosle a Obama que cualquier ayuda financiera al continente se haga sobre parámetros justos y respetando la soberanía de sus pueblos, cuestión que nunca ha hecho el Fondo Monetario Internacional; pero exijamos también a nuestros gobernantes que la ayuda internacional no vaya a parar a las cuentas bancarias de gobernantes latinoamericanos corruptos y sus acólitos, como ha sucedido en el pasado.
Digámosle a Obama, como hizo Chávez, que América Latina quiere ser su amiga, para desandar el camino en términos más respetuoso, y de paso regalémosles libros como las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, para que comprenda, y no se le trate de imponer el conocimiento, sobre el vasallaje y la explotación que ha sufrido nuestro continente desde el siglo XV en que fue descubierta.
No esperemos a que Estados Unidos reaccione; reaccionemos nosotros y olvidémonos de la retórica pública y la lucha verbal que a nada conducen, salvo a las malinterpretaciones y las confusiones.

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